Del Diario de Santa Faustina, 947
A veces hay horas
enteras cuando mi alma está sumergida en el asombro viendo la Majestad infinita
que se humilla tanto hacia mi alma. Es incesante mi asombro interior de que el
Señor Altísimo tenga en mí su complacencia y Él Mismo me lo diga; y yo me hundo
aún más en mi nada porque sé lo que soy por mí misma. Sin embargo, debo decir
que amo igualmente a mi Creador hasta la locura, con cada latido del corazón,
con cada nervio; sin saberlo, mi alma se hunde, se hunde…. en Él. Siento que
nada me separará del Señor, ni el cielo, ni la tierra, ni la actualidad, ni el
futuro, todo puede cambiar, pero el amor nunca, nunca, él permanece siempre el
mismo. (293) Él, el Soberano Inmortal, me da a conocer su voluntad para que lo
ame de modo singular y Él Mismo infunde en mi alma la capacidad para tal amor
con el cual desea que lo ame. Me sumerjo en Él cada vez más y no tengo miedo de
nada. El amor ha ocupado todo mi corazón y aunque me hablaran de la justicia de
Dios y de cómo tiemblan delante de Él hasta los espíritus puros y se cubren el
rostro y sin cesar dicen: Santo, y que de eso resulta que mis relaciones
familiares con el Señor es una falta de respeto para su honor y su Majestad,
¡oh, no, no y una vez mas no! El amor puro comprende todo. El máximo horror y
la más profunda adoración, pero es en la más profunda tranquilidad que el alma
está sumergida en Él por el amor y todo lo que dicen exteriormente las
criaturas no tiene influencia en ella. Lo que le dicen de Dios, es una pálida
sombra en comparación a lo que ella vive interiormente con Dios y a veces se
extraña de que las almas admiren alguna afirmación referente a Dios: porque
para ella es el pan de todos los días, porque ella sabe que lo que se logra
(294) expresar con palabras, no es al fin tan grande; acepta y escucha todo con
respeto, pero ella tiene su vida particular en Dios.
Jesús en Ti confío