1 de agosto de 2020

Del Diario de Santa Faustina, 936
 

 Cierta alma que estaba en nuestro pabellón, estaba muriendo, sufría tremendamente, estuvo agonizando tres días, recobrando el conocimiento de vez en cuando. Todos en la sala rogaban por ella. Yo también deseaba ir, pero la Madre Superiora me había prohibido visitar a los agonizantes, por eso rogaba por esa querida alma en mi habitación aislada. Pero al saber que aun sufría y que no se sabía cuánto tiempo iba a durar todavía, repentinamente algo agitó mi alma y le dije al Señor: Oh Jesús, si todo lo que hago Te es agradable, Te ruego, como una prueba de esto, que esa alma no sufra más, sino que pase en seguida a la felicidad eterna. Pocos minutos después supe que aquella alma se había dormido tan serena y rápidamente que ni siquiera dio tiempo de encender la vela.
 
 
 
 
 
 
 

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