Una noche vino a mi una de las hermanas
difuntas que ya antes había venido a verme algunas veces; la primera vez la vi
en un estado de gran sufrimiento, después los sufrimientos eran cada vez
menores y aquella noche, la vi resplandeciente de felicidad y me dijo que ya
estaba en el paraíso; y me dijo que Dios probó esta casa con aquella
tribulación porque la Madre General había dudado, no prestando fe a lo que yo
había dicho de esta alma. Pero ahora, como signo de que sólo ahora está en el
cielo, Dios bendecirá esta casa. Luego se acercó a mí y me abrazó cordialmente
y dijo: Tengo que irme ya. Comprendí lo estrecha que es la unión entre estas
tres etapas de la vida de las almas, es decir, la tierra, el purgatorio, el
cielo.
Oh Salvador del mundo, Amante de la salvación humana que entre terribles tormentos y dolor, te olvidaste de ti mismo para pensar únicamente en la salvación de las almas. Compasivísimo Jesús, concédeme la gracia de olvidarme de mí misma para que pueda vivir totalmente por las almas, ayudándote en la obra de salvación, según la santísima voluntad de tu Padre.
Del Diario de Santa Faustina, 652
A una palabra presto atención y de esta palabra siempre dependo, y esta palabra es todo para mi, por ella vivo y por ella muero y ésta es la santa voluntad de Dios. Ella es mi alimento cotidiano, toda mi alma está atenta para escuchar los deseos de Dios. Cumplo siempre lo que Dios quiere de mí a pesar de que alguna vez mi naturaleza tiemble y siente que su grandeza supera mis fuerzas. Sé bien lo que soy por mi misma, pero sé también lo que es la gracia de Dios que me sostiene.