Diario de Santa Faustina, 137; 1
Súbitamente, cuando acepté este sacrificio con la voluntad y el corazón, la presencia de Dios me traspasó totalmente. Mi alma fue sumergida en Dios e inundada de una felicidad tan grande que no alcanzo a describirla ni siquiera parcialmente. Sentía que su Majestad me envolvía. (…)