Diario de Santa Faustina 115; 2
(...) Ella reconoce a Dios desde lejos y goza de Dios incesantemente. En muy poco tiempo descubre a Dios en las almas de otras personas y en general a su alrededor. El alma es purificada por Dios Mismo. (...)
Diario de Santa Faustina 115; 1
El alma, al salir de aquellos tormentos, es profundamente humilde. La pureza de su alma es grande. Sin reflexionar, en cierto modo, ella sabe mejor lo que conviene hacer en un momento determinado y lo que conviene abandonar. Siente el más delicado toque de la gracia y es muy fiel a Dios. (…)
Diario de Santa Faustina 115; 3
(…) Dios, como puro Espíritu, introduce al alma en la vida puramente espiritual. Dios Mismo primero preparó y purificó a esta alma, es decir, la hizo capaz para una estrecha convivencia con Él. De modo espiritual ella está en la comunión con el Señor en un descanso de amor. Habla con el Señor sin uso de los sentidos. Dios llena al alma con su luz. Su mente, iluminada, ve claramente y distingue los grados en esta vida espiritual. Ve cómo se unía a Dios de un modo imperfecto, cuando participaban los sentidos y la espiritualidad estaba unida a los sentidos. aunque de una manera ya superior y especial, no obstante imperfecta.
Diario de Santa Faustina, 346;2
Durante la Santa Comunión la alegría inundó mi alma, sentía que estaba unida estrechamente a la Divinidad; su omnipotencia absorbió todo mi ser, durante el día entero sentí la cercanía de Dios de modo particular. Saludaba sin cesar a la Santísima Virgen, ensimismándome en su Espíritu, le rogaba enseñarme un verdadero amor a Dios. De repente oí estas palabras (de Ella): "Te revelaré el secreto de mi felicidad en la noche, durante la Santa Misa".
Diario de Santa Faustina, 347
Las doce, 25 XII 1934. Misa de Medianoche.
En cuanto empezó la Santa Misa, el recogimiento interior empezó a adueñarse de mí. Durante el ofertorio vi a Jesús en el altar, de una belleza incomparable. Durante todo el tiempo el Niñito miró a todos, extendiendo sus manitas. Durante la elevación el Niñito no miraba hacia la capilla, sino hacia el cielo; después de la elevación volvió a mirarnos, pero muy poco tiempo, porque como siempre fue partido y comido por el sacerdote.