Diario de Santa Faustina, 133; 1
Una vez, me llamó una de las Madres de mayor edad y de un cielo sereno empezaron truenos de fuego, de tal modo que ni siquiera sabía de qué se trataba. Pero poco después entendí que se trataba de lo que no dependía de mí. Me dijo: "Quítese de la cabeza, hermana, que el Señor Jesús trate con usted tan familiarmente, con una persona tan mísera, tan imperfecta. El Señor Jesús trata solamente con las almas santas, recuérdelo bien". (…)