Diario de Santa Faustina, 132; 2
(…) A veces, el confesor dice lo que no pensaba decir en absoluto y él mismo no se da cuenta de ello. Oh, que el alma crea que son las palabras del Señor Mismo; aunque tenemos que creer que cada palabra del confesionario es de Dios, pero lo que he mencionado más arriba, es algo que viene directamente de Dios. Y el alma siente que el sacerdote no depende de sí mismo sino que dice lo que no quisiera pronunciar. Pues, de este modo Dios recompensa la fe. (…)
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