Del Diario de Santa Faustina, 132;3
(…) Me sucedió una vez confesarme con un cierto sacerdote, muy docto y muy estimado. Siempre me era severo y contrario en esas cosas, pero una vez me dijo: "Debes saber, hermana, que si Dios quiere que hagas eso, pues no debes oponerte. A veces, Dios quiere ser alabado de este modo. Quédate tranquila, si Dios ha empezado, terminará, pero te digo: la fidelidad a Dios y la humildad, y una vez más la humildad. Recuerda lo que te he dicho hoy". Me alegré y pensé que tal vez aquel sacerdote me hubiera entendido. Pero las circunstancias fueron tales que no me confesé nunca más con él.
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