Diario de Santa Faustina, 234;1
Terminada la confesión, mi espíritu se sumergió en Dios y permanecí orando durante tres horas, y me parecieron unos pocos minutos. Desde entonces no pongo obstáculos a la gracia que obra en mi alma. Jesús sabía por qué yo tenía miedo de tratar con Él, y no se ofendía en absoluto. (…)