Diario de Santa Faustina, 135; 2
(…) El corazón y el alma me temblaban. Estas palabras se imprimieron tan profundamente en mi alma. La Palabra de Dios es viva. Cuando vine a la adoración, sentí en el alma que entré en el templo de Dios viviente, cuya Majestad es grande e inconcebible. Y el Señor me dio a conocer lo que son frente a Él incluso los espíritus más puros. (…)
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