Diario de Santa Faustina, 135; 1
En la tercera probación el Señor me dio a entender que me ofreciera a Él para que pudiera hacer conmigo lo que le agradaba. Debo estar siempre delante de Él como víctima. En un principio me asusté, sintiéndome infinitamente miserable y conociéndome bien, contesté al Señor una vez más: "soy la miseria misma, ¿cómo puedo ser rehén?" "Hoy no lo entiendes. Mañana te lo daré a conocer durante la adoración." (…)
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