Diario de Santa Faustina, 127;1
Me di cuenta de que en aquellos momentos no tendría la ayuda de nadie y empecé a rezar, y a pedir al Señor un confesor. Anhelaba que algún confesor me dijera esta única palabra: Quédate tranquila, estás en un buen camino; o bien, rechaza todo eso, porque no viene de Dios. (…)
No hay comentarios:
Publicar un comentario