Diario de Santa Faustina, 211; 2
(…) Al alejarme del confesionario, empecé a considerar sus palabras. Cuanto más las contemplaba, tanto más mi alma se hundía en la oscuridad. ¿Qué hacer, Jesús? Cuando Jesús se acercaba a mí bondadosamente, yo tenía miedo. ¿Eres verdaderamente Tú, Jesús? Por un lado me atrae el amor, por el otro el miedo. Qué tormento, no sé describirlo.
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