Del Diario de Santa Faustina, 633
Me extraña muchísimo cómo es posible
tener una envidia tan grande. Yo, viendo el bien de alguien, me alegro como si
yo misma lo tuviera, la alegría de los demás es mi alegría y el sufrimiento de
los demás es mi sufrimiento, porque si no fuera así no me atrevería
relacionarme con Jesús. El espíritu de Jesús es siempre simple, apacible,
sincero; cada malicia, envidia, falta de bondad ocultada bajo una sonrisa de
afabilidad es un diablito inteligente; una palabra dura pero que proviene del
amor sincero, no hiere al corazón.
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