2 de septiembre de 2020

Del Diario de Santa Faustina, 628

 

La noche del ultimo día en que iba a salir de Vilna, una hermana [231], de edad ya avanzada, me reveló el estado de su alma; me dijo que desde hacía ya un par de años sufría interiormente, que le parecía que todas las confesiones habían sido mal hechas y que tenia dudas de si Jesús le había perdonado. Le pregunté si había hablado de eso alguna vez al confesor. Me contestó que ya muchas veces (85) había hablado de eso al confesor y siempre los confesores me dicen que esté tranquila; sin embargo sufro mucho y nada me da alivio, y siempre me parece que Dios no me ha perdonado. Le contesté: Obedezca, hermana, al confesor y esté completamente tranquila, porque seguramente es una tentación. No obstante, ella con lágrimas en los ojos, suplicó que preguntara a Jesús si la había perdonado y si sus confesiones habían sido buenas o no. Le contesté enérgicamente: Pregunte usted misma, hermana, si no cree a los confesores. Pero ella me apretó de la mano y no quería dejarme hasta que le dijera que rogaría por ella y le relataría lo que Jesús me contestaría. Llorando amargamente no quería dejarme y me dijo: Yo sé, hermana, que Jesús le habla, Y sin poder liberarme de ella. Por la noche, durante la Bendición, oí en el alma estas palabras: Dile que su desconfianza hiere más Mi Corazón que los pecados que cometió. Cuando se lo dije se puso a llorar como una niña y una gran alegría entro en su alma. Comprendí que Dios deseaba consolar esa alma por mi medio, por lo tanto, a pesar de que esto me costó mucho, cumplí el deseo de Dios.
 

Jesús en Ti confío
 
 
 



 

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