Del Diario de Santa Faustina, 473
Cuando nuestro
confesor estaba ausente, yo me confesaba con el arzobispo.
Al descubrirle mi
alma, recibí esta respuesta: Hija mía, ármate de mucha paciencia, si estas
cosas vienen de Dios, tarde o temprano, se realizaran y te digo estar
completamente tranquila. Yo, hija mía, te entiendo bien en estas cosas; y
ahora, en cuanto al abandono de la Congregación y la idea de [fundar] otra, ni
siquiera pienses en esto, ya que seria una grave tentación interior. Terminada
la confesión, le dije a
Jesús: ¿Por qué me mandas hacer estas cosas y no me das la posibilidad de
cumplirlas? De repente, después de la Santa Comunión vi al Señor Jesús en la
misma capilla en la que me había confesado, con el mismo aspecto con el que
está pintado en esta imagen; el Señor me dijo: No estés triste, le haré
comprender las cosas que exijo de ti. Cuando salíamos, el arzobispo estaba muy
ocupado pero nos dijo volver y esperar un momento. Cuando entramos otra vez en
la capilla, oí en el alma estas palabras: Dile lo que has visto en esta
capilla.
En aquel momento
entró el arzobispo y preguntó si no teníamos nada que decirle.
Sin embargo, aunque
tenía la orden de hablar, no pude porque estaba en compañía de una de las
hermanas. Todavía una palabra sobre la confesión: Impetrar la misericordia para
el mundo, es una idea grande y bella, ruegue mucho, hermana, por la
misericordia para los pecadores, pero hágalo en su propio convento.