Del Diario de Santa Faustina, 1334
Durante la meditación sobre el pecado el Señor me ha dado a conocer toda la maldad del pecado y la ingratitud que en él se encierra. Siento en mi alma una gran repugnancia hasta por el más pequeño pecado. (Sin embargo, estas verdades eternas que contemplo no despiertan en mi alma ni una sombra de turbación o de inquietud; a pesar de mi profunda preocupación por ellas, mi contemplación no se interrumpe. En esta contemplación no experimento arrebatos del corazón sino una profunda paz y un singular recogimiento interior. Aunque el amor es grande, hay un misterioso equilibrio: ni siquiera recibir la Eucaristía me provoca emoción, sino que me introduce en la más profunda unión donde mi amor, fusionado al amor de Dios, son uno.
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