Diario de Santa Faustina, 119; 4
(…) Conocí a una persona que, al enterarse por otra de cierta cosa que se decía de ella... se enfermó gravemente, perdió allí mucha sangre y muchas lágrimas y luego vino una triste consecuencia, no causada por la espada sino por la lengua. Oh mi Jesús silencioso, ten misericordia de nosotros.
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