Diario de Santa Faustina, 181; 1
Hoy limpiaba la habitación de una de las hermanas. A pesar de que trataba de limpiarla con el máximo esmero, ella me seguía diciendo durante todo el tiempo: "aquí hay polvo, allí una manchita en el suelo". A cada señal suya yo pasaba y repasaba lo mismo, hasta diez veces, para tenerla contenta. No es el trabajo que cansa sino la habladuría y las exigencias desmedidas. (...)
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