Del Diario de Santa Faustina, 95
En el principio a
Dios se le conoce como santidad, justicia, bondad, es decir, misericordia. El
alma no sabe todo esto a la vez, sino en iluminación sucesiva, es decir, en los
acercamientos de Dios. Y eso no dura mucho, porque el alma no podía soportar tanta
luz. Durante la oración, el alma experimenta el brillo de esa luz, que hace
imposible orar como antes. Tal luz que tocó el alma permanece viva en ella y
nada puede sofocarla ni oscurecerla.
Este parpadeo del
conocimiento de Dios atrae el alma y la llama del amor hacia Él. Pero al mismo
tiempo, esta luz hace que el alma sepa lo que es y le permite ver dentro de sí
en una luz superior, y ella se levanta asombrada y asustada. Sin embargo, no permanezcas
en este estado de miedo, sino comienza a purificarte, humillarte y humillarte
ante el Señor y esa iluminación se vuelve más fuertes y frecuentes.