Diario de Santa Faustina, 105; 2
(…) En todos estos sufrimientos y combates no abandoné la Santa Comunión. Cuando me parecía que no debía recibirla, entonces iba a ver a la Maestra y le decía que no podía ir a la Santa Comunión, que me parecía que no debía recibirla. Sin embargo ella no me permitía abandonar la Santa Comunión; y yo iba a recibirla, y me daba cuenta de que solo la obediencia me había salvado. (…)