Del Diario de Santa
Faustina, 137
Súbitamente, cuando acepté este sacrificio con la voluntad y el
corazón, la presencia de Dios me traspaso totalmente. Mi alma fue sumergida en
Dios e inundada de una felicidad tan grande que no alcanzo a describirla ni
siquiera parcialmente. Sentía que su Majestad me envolvía. Fui fusionada con
Dios de modo singular. Vi una gran complacencia de Dios hacia mí e igualmente mi espíritu se sumergió en Él. Consciente de haberme unido con
Dios, siento que soy amada de modo particular, y recíprocamente, amo con toda
la fuerza de mi alma. Un gran misterio se produjo durante aquella adoración, un
misterio entre yo y el Señor; y me parecía que iba a morir de amor bajo su
mirada. Aunque hablé mucho con el Señor pero sin una palabra. Y el Señor dijo:
Eres un deleite para Mi Corazón, desde hoy cada acción tuya, la más pequeña,
encuentra la complacencia en Mis ojos, cualquier cosa que hagas. En aquel
momento me sentí reconsagrada. La envoltura del cuerpo es la misma, pero el
alma es otra, en ella mora Dios con toda su predilección. No un sentimiento,
sino una realidad consciente a la que nada me puede ofuscar. Un gran misterio
se entrelazó entre Dios y yo. El ánimo y la fuerza quedaron en mi alma. Al
salir de la adoración, con serenidad miré a los ojos de todo lo que antes tanto
temía.
