Del Diario de Santa
Faustina, 929
Y cuando descansé
junto a su dulcísimo Corazón, Le dije: Jesús, tengo tantas cosas que decirte. Y
el Señor me dijo con gran dulzura: Habla, hija Mía. Y empecé a expresar los
sufrimientos de mi corazón, a saber: que me preocupa mucho toda la humanidad,
que no todos Te conocen y los que Te conocen no Te aman como mereces ser amado.
Además veo que los pecadores Te ofenden terriblemente y veo también la gran
opresión y persecución de los fieles, especialmente de tus siervos y más aún
veo muchas almas que se precipitan ciegamente en el terrible abismo infernal.
Ves, oh Jesús, éste es el dolor que penetra mi corazón y mis huesos, y aunque
me haces el don de Tu amor singular, e inundas mi corazón con los torrentes de
Tu alegría, esto no atenúa los sufrimientos que acabo de mencionarte, sino que
más bien penetran (281) mi pobre corazón de modo más vivo. Oh, qué ardiente es
mi deseo de que toda la humanidad vuelva con confianza a Tu misericordia;
entonces, tendrá alivio mi corazón viendo la gloria de Tu nombre. Jesús escuchó
este desahogo de mi corazón con atención e interés, como si no supiera nada y
casi escondiendo ante mí el conocimiento de aquellas cosas, así yo me sentía
más libre en hablar. Y el Señor me dijo: Hija Mía, Me son agradables las
palabras de tu corazón y por el rezo de esta coronilla acercas a Mi la
humanidad. Después de estas palabras me encontré sola, pero la presencia de
Dios está siempre en mi alma.
